ialguna vez miraste a un estudiante y sentiste que estaba ahí, pero ausente, bienvenida al club. No eres la única. Ese alumno que baja la mirada, que ya no pregunta, que parece cumplir con el cuerpo pero no con el alma, también fue, alguna vez, el estudiante que levantaba la mano con entusiasmo. ¿Cuándo se rompió el hechizo?
La buena noticia es que no se trata de magia, sino de heridas silenciosas, frustraciones, desconexión, miedo al error. Y, por suerte, existen formas de acercarnos sin necesidad de convertirnos en superhéroes ni gurús motivacionales. Aquí van 12 estrategias reales, probadas y profundamente humanas que pueden ayudar. No prometen milagros, pero sí caminos. Y eso ya es mucho.
1. Conoce a la persona detrás de la Silla
No todos aprenden igual, y eso está bien. Tu aula no es un ejército de clones, es más bien una orquesta sin director fijo. Hay quien aprende mirando, quien necesita oírlo todo dos veces, quien no puede dejar de moverse, y quien parece que no está, pero lo entiende todo en silencio. No necesitas un máster en neuroeducación. Basta con observar y variar, combina lo visual, lo auditivo, lo práctico. Cambia los grupos, permite diferentes formas de participar. Cuando ajustas la metodología, no estás “complicando la clase”, estás ampliando la puerta de entrada.
2. Cambia el “muy bien” por un “así, con ese ejemplo tan claro”
El elogio vacío es como un dulce sin sabor. Todos hemos dicho “¡Muy bien!” por reflejo, como si fuéramos un botón automático. Pero los estudiantes no necesitan premios huecos, necesitan espejos precisos. En lugar de aplaudir por inercia, nombra lo que hizo bien. “Usaste correctamente el pasado en esa frase”, “Tu explicación fue clara y ordenada”. Así construyes autoestima con ladrillos reales, no con humo de colores.
3. Enfócate en lo que sí avanza
Porque hasta un brote tímido anuncia primavera. Un alumno desmotivado suele acumular derrotas como si llevara un costal invisible. No ve sus logros porque nadie se los señala. Observa con ojos atentos. ¿lee con más fluidez?, ¿escribe con menos errores?, ¿se atreve a preguntar? Díselo. Concretamente. Repite sus progresos, aunque parezcan pequeños. A veces, necesitan que alguien les devuelva la fe con pruebas tangibles.
4. Construye un aula sin miedo
El aprendizaje no florece entre amenazas. Donde hay juicio, no hay confianza. Y donde hay miedo, no hay aprendizaje. Un estudiante que teme equivocarse deja de intentar. Hazle sentir que su aula es un espacio seguro, donde equivocarse es parte del juego, donde puede hablar sin ser ridiculizado, donde tú también eres humana. Porque enseñar, en esencia, es decirle al otro. “Estoy aquí, no importa cuántas veces lo intentes”.

5. Motiva desde adentro
Lo que nace de la curiosidad, perdura más que cualquier premio. Sí, a veces los premios funcionan, por un rato. Pero si cada esfuerzo tiene que ser comprado, ¿dónde queda el deseo de aprender por aprender? Plantéales preguntas que los intrigan, conecta los temas con su vida cotidiana, permite que exploren. Verás que la motivación genuina no se compra: se despierta.
6. Usa la rutina, el juego y la elección como palancas invisibles
Estructura sin rigidez, juego sin infantilismo, elección sin cao. Empieza cada clase con un ritmo reconocible, un saludo, una revisión breve, un reto, una despedida. Esa estructura les da contención. Introduce juegos que no premien solo al más rápido, sino que inviten a participar. Y deja que elijan, aunque sea un pequeño aspecto: el orden, el tema, el formato. Sentirse con voz, transforma la actitud.
7. Da un paso al lado y déjalos brillar
El protagonismo compartido empodera más que mil discursos. Hazlos responsables, que repartan, expliquen, lideren. Usa la técnica 2×10 habla con el alumno más distante durante dos minutos diarios por diez días, sin temas de clases. Solo para saber cómo está. Y luego, haz visibles sus avances. Un gráfico, una línea de progreso, una foto del antes y después. Para que vea, literalmente, que ha cambiado. Que puede.
8. Escúchalos sin interrogar
A veces, lo que más necesitan es ser escuchados sin ser evaluados. No todos quieren contar sus problemas, pero todos quieren sentirse vistos. Pregunta cómo están, no solo qué hicieron. Haz pausas para que hablen, no para que rindan cuentas. Esa escucha crea un vínculo que ningún libro sustituye.
No se trata de salvarlos: se trata de estar ahí
La motivación no se impone. Se cultiva con presencia, con respeto y con mirada larga. No tienes que hacerlo perfecto. Solo estar. Porque cuando un estudiante siente que alguien lo espera, que alguien cree en él, que alguien nota sus esfuerzos, algo se enciende. Y ese algo, aunque tímido, puede ser el inicio de un camino nuevo. ¿Y tú? ¿Cuál de estas estrategias vas a probar mañana?